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La narración y la descripción

Mezclar narración y descripción.
Un relato alterna (no siempre) los pasajes narrativos con los descriptivos. Cuando narramos una historia, estamos contando los hechos y ello implica las acciones. Lo siguiente es un simple ejemplo:

«Entré al cine, me detuve a comprar un refresco antes de comenzar la película» (pasaje narrativo).

La descripción envuelve el mundo donde transcurren los hechos:

«Entré al cine abarrotado. Espectadores, confusión y una larga cola de espera para comprar un refresco antes de comenzar la película.

Mediante la narración contamos qué pasó. Para ello usamos verbos. En la descripción explicamos cómo es y utilizamos los sustantivos, los adjetivos y los adverbios.

En una novela bien elaborada la descripción no es independiente, sino que está al servicio de la narración; la amplía y la enriquece.

Ejemplo de descripción:

«Las calles que daban a la plaza, tortuosas, tenebrosas, con una iluminación moribunda, parecían deshabitadas. Y en el silencio la campana de la catedral tocaba lentamente a ánimas.» (El crimen del padre Amaro – Eça de Queiroz)

Ejemplo de descripción y narración:

«La lamparilla agonizaba en la cabecera de la cama; y la pobre vieja, con una lúgubre cofia de punto negro que volvía más lívida su carita arrugada como una manzana reineta, abultando casi imperceptiblemente bajo la ropa de cama, fijaba en todos, con temor, sus ojillos cóncavos y llorosos.» (El crimen del padre Amaro – Eça de Queiroz)

Las escenas

Una película o una obra de teatro tiene múltiples escenas, unas veces narrativas, otras son diálogos, o reflexiones o descripciones. La suma de las escenas alimentan el argumento.

Cuando construimos una escena tenemos que tener en cuenta cómo trazar el argumento de nuestro relato: ¿Qué relación tiene con lo anterior y con la siguiente escena?

Vamos a suponer que deseamos describir un personaje desmotivado porque no quiere ir al colegio. Tiene un examen difícil que no ha estudiado, un abusón se comerá el bocadillo en la hora del recreo…  El OBJETIVO de la siguiente escena, que propongo como ejemplo, es describir esa desmotivación:

Alberto abrió los ojos y los volvió a cerrar de inmediato. Los párpados le pesaban más de lo habitual cuando se trataba de ir al cole. Le bastó un segundo para darse cuenta de que era la hora de salir de la cama, pero no quiso asumir el reto de enfrentar el nuevo día.

Arrebujado entre la cálida sábana de franela y el edredón grueso volvió a acomodarse en el mullido colchón donde se sentía protegido, como si aquellas mezclas de telas sintéticas y algodón fueran sólidas almenas de un imponente castillo, circundado por un profundo pozo, a su vez inundado con aguas fétidas, repleto de voraces cocodrilos y provisto de un consistente puente levadizo con trampas cruentas. Quería terminar el sueño donde los enemigos que lo sitiaban caían directos a los afilados dientes de los hambrientos reptiles, o morían ahogados en las infestadas aguas, cuando osaban asaltarlo.

Sitiado, pero feliz dentro de la seguridad de su refugio, no intentó desperezarse, y se entregó a la historia: desde las inalcanzables almenas, disparaba con puntería las flechas que procedían de un inagotable carcaj.

La idea: ¿de dónde obtengo un argumento?

Esperando el vuelo

Hace unos días comenté en la publicación ¿cómo concebir una novela? la importancia de tener una idea (un argumento o trama) para iniciar nuestro relato.

Siempre les digo a mis alumnos que planteen las ideas antes de abordar la redacción de un texto, cualquiera que sea. Esbozar en pocas líneas nuestro propósito y añadir algunas frases orientativas.

Hay un universo de historias infinitas sobre las que escribir. No todo está dicho y si se ha dicho, cada individuo puede aportar un punto de vista distinto o mirar el objeto desde otra óptica.

Para empezar, cada persona tiene su propia historia, y aunque parezca igual, no lo es. La forma de interpretar la realidad, la percepción de lo cotidiano varía de individuo a individuo. Todos llevamos un narrador dentro y nos encanta compartir nuestras historias cotidianas, o sentarnos en una cafetería con viejos amigos para evocar la juventud o la infancia y ser felices también con ello.

Algunos autores no revelan cómo eligen sus historias. Otros dicen que son las historias quienes los eligen a ellos. Puede ser que encuentres una noticia en un periódico y te inspires. Puede ser que un sobre de azúcar contenga una sugerente frase con la que iniciar un relato. La historia personal, la de la familia, la del colegio o la de un viaje…

Elige un conflicto o invéntalo en torno a uno o varios personajes. Preséntalo, enrédalo en un problema y busca una solución.

Los fotógrafos se valen de sus máquinas para captar momentos de la vida y transformarlas en mensajes. El que desee escribir seguro que observa la realidad como hace un pintor o un fotógrafo, pero en lugar de colores o imágenes, compondrá el cuadro con palabras.

Un ejemplo: ¿hay algo en particular en una pasajera que aguarda la señal para embarcar en el avión que la llevará a su destino? Tal vez no. Pero tal vez sí. La disposición en el asiento, los movimientos que haga, levantarse o sentarse, estirar las piernas, rebuscar en el bolso, llamar por teléfono, perder la vista en el techo de la sala… Para alguien que le guste escribir, ahí puede haber una historia. Tenemos el personaje, ¿Cuál será la trama? ¿Cuál será el nudo? ¿Cuál el desenlace?

Si consigues responder a estas preguntas, tendrás el argumento de tu historia.

¿Cómo concebir una novela?

Pertenezco al grupo de personas que escriben de manera espontánea, sin mucha planificación. Tal vez porque mis primeros lectores han sido siempre mis hijos y a ellos les dedico el esfuerzo sin pensar quién más leerá mis textos luego. De momento esa es la motivación principal. A veces ellos mismos me «encargan» la historia que les gustaría leer: una de héroes de pacotilla, una de fantasía, una de ficción.

Así me dejo llevar y parto de una idea, por supuesto, pero dejo que los personajes, los lugares y la trama vayan construyéndose, como si tratara de rellenar La Nada de Michael Ende, aquella que engullía la fantasía.

Para mí, escribir es un proceso catártico que me abre una puerta a otra habitación de casa y me lleva a recuperar objetos extraviados en la memoria o doy rienda suelta a pensar qué sucedería si… Suelo cerrarla a mis espaldas y dejarme arrastrar por el personaje o los personajes. Disfruto del proceso de maduración de ellos, de cómo van evolucionando de manera imprevisible a lo largo de las páginas.

Concebir una estructura previa me resulta muy complicado. Creo que no conseguiría llegar a ninguna parte. No tengo la paciencia de programar y prefiero improvisar. Luego, voy rellenando los huecos y empujando las cosas hacia una parte u otra cuando encuentro la respuesta que estaba buscando.

Pero no es la única fórmula. También puedes ser una persona minuciosa, que no te gusta dejar nada al azar. Es posible concebir la obra capítulo a capítulo, paso a paso. Determinar los nudos y desenlaces. Preconcebir la estructura, tener lista la información…

O moverse en medio de las dos líneas. Lo importante es la IDEA.